viernes, 28 de febrero de 2014

Mario Bunge: la miseria del cientificismo


Tanto en las alturas teóricas e ideológicas, como en las bajezas prácticas y políticas, Mario Bunge es un socialista positivista, un cientificista totalitario. Los que en sus investigaciones epistemológicas son, como mínimo, errores inteligentes, en sus opiniones políticas y económicas se tornan culposas estupideces. La escuela de Chomsky, digamos, pero con ciertos agravantes.

Cabe, pues, hacer un par de reflexiones sobre el "bungismo", especialmente en lo que a política se refiere, una tradición que tiene bastantes antecedentes entre esos eternos irresponsables que son los "liberals" de Estados Unidos. Vamos a la caza de su realidad.

Los bunges del mundo repiten una ramplona "ética social", construida casi a base de dos paradigmas a los que suelen acudir ciertos pensadores, por lo general ajenos a las ciencias sociales, políticas y económicas: por un lado, el humanismo secular, que desde hace una década se ha amalgamado con cierto libertarianismo extremo y se está alejando progresivamente, para bien y para mal, del demoliberalismo del siglo XIX y del socioliberalismo del siglo XX. Por el otro, y combinado con lo anterior, esa suerte de progresismo analítico que, ocultando la propia cobardía moral, se autojustifica en "la ciencia" y "la racionalidad" para adaptarse al set de mentiras, a veces hasta criminales, que conforman el mainstream de la corrección política dominante. Luego, y para salir ilesos de las posteriores denuncias contra éstas, se esconden tras la clásica falacia ad hominem de los frentes estalinistas: quienes denuncian son fascistas o antidemocráticos. 

En la praxis política, los bunges responden con una suerte de autoritarismo "democrático-científico" ad hoc, difuso y contradictorio, o sea: un elitismo encubierto en nombre de la objetividad científica, desde el cual, como cruzados plebeyos contra los "intereses creados" (que parece no les importa cómo se crearon), vigilan las decisiones políticas de las masas intentando con su prédica "solitaria" y "heróica" que la democracia no se suicide (que no se suicide por derecha, claro está) mientras que, a la vez, impulsan la utilización de la política para fines de redistribucionismo estatal y "participación democrática" en lo social. O sea, no les interesa demasiado que el pueblo se involucre críticamente en la cosa pública, siempre y cuando el Estado se involucre en la sociedad, ya que –y en esto tienen razón– agigantar la cosa pública es la única forma de que la democracia decida más cosas respecto a la vida social, y no que lo haga un mercado, un desigual subproducto de individuos eligiendo libremente qué hacer con su esfuerzo. 
Ahora bien, si resulta que las "políticas activas", en fin, si el Estado activista no resultaba finalmente ser tan democrático, es un problema menor para éstos: "veremos" –dicen– pero aceptar la "autocracia" del mercado, "jamás". Para los bunges cualquier cosa es mejor que lo que no puede ser democrático. Por eso su doble juego con el totalitarismo. Este último puede ser, al menos en abstracto, democrático. El individualismo, no. Y como en filosofía política sus cerebros son más austeros que los del promedio (nada de reflexiones sartorianas; puro minimalismo demagógico), para ellos todo lo que no es democrático, es autocrático, o autoritario, u oligárquico, o cualquier otra cosa que suene mal. Así que les da igual la Corea de Park Chung-hee que la Corea de Kim-Il Sung, perdido por perdido, lo que les importa es el potencial socialdemocrático del colectivismo: quien logra un Estado omnipresente ¡podrá prometer un infinito poder popular!

Así, y a pesar de sus motivos nada populares y sus orígenes nada democráticos, los bunges auspician un democratismo extremo, radical, integrista; democratismo al que sin embargo los pueblos están forzados a apoyar, tutelados por ellos mismos: un grupo de pedantes humanistas con su despotismo ilustrado de café, que sin poder político, pero con un poco de influencia en esos círculos científicos más ingenieriles que poco entienden de "órdenes espontáneos", instan a un complicidad "forzada" con cuanto populismo surja (ya que su lectura política de la economía es bastante schmittiana), o incluso con dictaduras izquierdistas, las cuales, al menos, reconocen que son tales: son las dictaduras de los buenos, sin necesidad ya del auspicio de los pueblos no siempre tan buenos. Su último rastro de liberalismo es el político: como buenos post-alfonsinistas, usan la democracia para destruir toda autonomía económica individual, pero a la vez creen que la democracia debe ser multipartidaria y para eso requieren de cierta autonomía individual... que intentan reducir a la libertad política (...y a la libertad cultural, porque son progres; pero no demasiada, no, no sea que alguien quiera universidades privadas y encima resulten católicas; ergo, el pluralismo bien vigilado: todo dentro del Estado, nada fuera de él).

En su doble estándar desprecian satíricamente –y muy poco científicamente– al liberalismo por la existencia de desigualdades sociales (Rational Wiki dixit), pero critican los "errores" autoritarios aunque bienintencionados de los marxistas, o sea, de los dogmáticos (véase: los marxistas pecarían por no ser los suficientemente democráticos en su lucha por un supuesto igualitarismo radical) en la vía hacia la racional planificación socialista. En Argentina los bunges serían peronistas si no fuera porque, en lo cultural, éste no es lo suficientemente libertario y cosmopolita, y porque, como si fuera poco, sus raíces fascistas no les dejan bien parados: saben bien que hay ingenierías sociales que sale barato defender y otras caro, y en lo intelectual son buscadores del mejor precio. Por otra parte, su pulcritud académica los lleva a sentirse reacios a las demagogias personalistas, y si las toleran necesitan compensarlas con algo, por ejemplo: que estas demagogias estén sostenidas, al menos, por ideologías que refieran a motivos "científicos" y por tanto "bienpensantes". Ergo, prefieren a Castro en vez de a Perón, y a Stalin en vez de a Hitler. Pero no nos engañemos, no hay tras esto ninguna objetividad: su elección no es más que un producto de su sumisión política a los paradigmas científicos de postguerra, ya que el elitismo biologista fue un "olvidado" patrimonio de la comunidad científica de preguerra. Simplemente sucede que son lo suficientemente hipócritas y cobardes como para no admitirlo. Ellos quieren escribir las condenas de los "reaccionarios", sin correr el riesgo de caer en su nómina. Si hubieran vivido en la época en la que el racismo otorgaba doctorados, los bunges habrían elogiado la instrucción estatal, los deportes colectivos y la solidaridad social alemanas. Pero en 1983 Mario sólo tenía a mano a los komsomoles cubanos.